P. Roberto Visier. Nos había sorprendido la afirmación categórica del Papa Benedicto XVI sobre la eficacia de la Palabra de Dios hoy. El Pontífice daba tres motivos de la difusión del evangelio en nuestros días. El primero, era que la fuerza de la evangelización procede del don de Dios, de la misma fuerza de verdad y de amor encerrada en la palabra divina. El segundo, el hecho de que hay muchos corazones sedientos de Dios que acogen la palabra como agua fresca, que buscan a Dios con ansia y cuando lo encuentran lo abrazan para nunca más soltarlo.
En tercer lugar el Papa señala que la Buena noticia ha llegado a los confines de la tierra, como Jesús pidió y encomendó a los apóstoles como misión fundamental: “id al mundo entero” (Cfr. Mt. 28,19ss). Si la constatación general del éxito del evangelio hoy nos podía dejar algo perplejos, este tercer motivo puede suscitar en nosotros algunas dudas. Hay miles de millones de personas en el mundo que no son cristianas, todavía quedan muchos que no conocen el evangelio, queda mucho por hacer para completar la misión de la Iglesia. Esto es indudable y decir otra cosa podría ser un triunfalismo barato. ¿Qué quiere decir el Papa entonces?
Me parece comprender que desde la sede de Pedro, Benedicto VI puede contemplar con más claridad las luces y las sombras del mundo y de la Iglesia del siglo XXI. Ante todo, tanto él como el beato Juan Pablo II tienen una visión mucho más positiva del estado y del futuro de la humanidad. No que ambos no hayan sido conscientes de la magnitud de la crisis que atraviesa el mundo, sino que son capaces de percibir esa primavera que se acerca al final del invierno. Una parte de la crisis que nos atenaza y paraliza es la falta de ilusión, el desánimo, la desesperanza. El hombre de hoy no confía en el hombre, no confía en sí mismo ni en los demás.
El católico medio, inmerso en este mar de escepticismos, de hombres y mujeres que buscan satisfacciones momentáneas porque no creen en una felicidad más duradera y profunda, al final puede caer en la tentación de pensar que no se puede hacer nada, que incluso como creyente no puede esperar nada bueno de nadie. Sí, piensa, Cristo triunfará y la Iglesia seguirá su camino en medio de persecuciones, pero el triunfo no será hoy, los frutos no los veremos ni mañana ni pasado, quizás en otro siglo, en otro tiempo venidero.
El Papa sin embargo nos recuerda una hermosa realidad, la Iglesia es CATOLICA, es universal de hecho, no sólo como aspiración. Si nos detenemos un momento a contemplar la Iglesia del siglo XXI, nos damos cuenta de que no tiene el poder político y económico, o la notoriedad de la cristiandad occidental de siglos atrás (aunque algunos se empeñen en pensar lo contrario), pero está realmente presente en los cuatro continentes. Es minoritaria en muchos países pero “es”; vive perseguida en China y en muchos países musulmanes pero “vive”; está siendo marginada y atacada en todo el occidente pero “está”. Si un católico por cualquier motivo debe viajar a un país lejano y apartado, quizás le sea muy difícil asistir a misa por falta de tiempo o de conocimiento del lugar, pero si se empeña en buscar una iglesia seguramente la encontrará. Quedarán algunas islas, rincones escondidos en las selvas, montañas o desiertos del mundo donde no se ha oído todavía el nombre de Jesús, pero no dejan de ser sino excepciones. En la aldea global de la era de la comunicación todos los habitantes de la tierra, con pocas excepciones, saben que en estos días es Navidad porque Jesús nació en Belén. Serán ateos, escépticos, musulmanes, animistas o hindúes, pero lo saben. Y esto es un estupendo fundamento para tomarse en serio la nueva evangelización de occidente y la proclamación del evangelio por el mundo entero.
Me parece comprender que desde la sede de Pedro, Benedicto VI puede contemplar con más claridad las luces y las sombras del mundo y de la Iglesia del siglo XXI. Ante todo, tanto él como el beato Juan Pablo II tienen una visión mucho más positiva del estado y del futuro de la humanidad. No que ambos no hayan sido conscientes de la magnitud de la crisis que atraviesa el mundo, sino que son capaces de percibir esa primavera que se acerca al final del invierno. Una parte de la crisis que nos atenaza y paraliza es la falta de ilusión, el desánimo, la desesperanza. El hombre de hoy no confía en el hombre, no confía en sí mismo ni en los demás.
El católico medio, inmerso en este mar de escepticismos, de hombres y mujeres que buscan satisfacciones momentáneas porque no creen en una felicidad más duradera y profunda, al final puede caer en la tentación de pensar que no se puede hacer nada, que incluso como creyente no puede esperar nada bueno de nadie. Sí, piensa, Cristo triunfará y la Iglesia seguirá su camino en medio de persecuciones, pero el triunfo no será hoy, los frutos no los veremos ni mañana ni pasado, quizás en otro siglo, en otro tiempo venidero.
El Papa sin embargo nos recuerda una hermosa realidad, la Iglesia es CATOLICA, es universal de hecho, no sólo como aspiración. Si nos detenemos un momento a contemplar la Iglesia del siglo XXI, nos damos cuenta de que no tiene el poder político y económico, o la notoriedad de la cristiandad occidental de siglos atrás (aunque algunos se empeñen en pensar lo contrario), pero está realmente presente en los cuatro continentes. Es minoritaria en muchos países pero “es”; vive perseguida en China y en muchos países musulmanes pero “vive”; está siendo marginada y atacada en todo el occidente pero “está”. Si un católico por cualquier motivo debe viajar a un país lejano y apartado, quizás le sea muy difícil asistir a misa por falta de tiempo o de conocimiento del lugar, pero si se empeña en buscar una iglesia seguramente la encontrará. Quedarán algunas islas, rincones escondidos en las selvas, montañas o desiertos del mundo donde no se ha oído todavía el nombre de Jesús, pero no dejan de ser sino excepciones. En la aldea global de la era de la comunicación todos los habitantes de la tierra, con pocas excepciones, saben que en estos días es Navidad porque Jesús nació en Belén. Serán ateos, escépticos, musulmanes, animistas o hindúes, pero lo saben. Y esto es un estupendo fundamento para tomarse en serio la nueva evangelización de occidente y la proclamación del evangelio por el mundo entero.
P. Roberto Visier.
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