P. Jorge Teulón. El próximo 17 de diciembre serán beatificados veintidós religiosos que pertenecían a la congregación de Misioneros Oblatos de María Inmaculada (OMI). Los religiosos se habían establecido en 1929 en el barrio de la Estación de Pozuelo de Alarcón (Madrid) y ejercían su ministerio como capellanes en tres comunidades de religiosas y colaboraban en las parroquias del entorno. Los jóvenes escolásticos (estudiantes) impartían catequesis en cuatro parroquias vecinas y la coral oblata solemnizaba las celebraciones litúrgicas. Esa actividad religiosa comenzó a inquietar a los comités revolucionarios del barrio de la Estación.
La comunidad religiosa de los Oblatos no se dejó intimidar. Extremó las medidas de prudencia, asumiendo el compromiso de no responder a ningún insulto provocador. Pero se mantuvo el programa de formación espiritual e intelectual, sin renunciar a las diversas actividades pastorales del programa de formación sacerdotal y misionera de los estudiantes.
El 20 de julio de 1936, hubo nuevos incendios de iglesias y conventos, sobre todo en Madrid. Los milicianos de Pozuelo asaltaron la capilla del barrio de la Estación, sacaron a la calle ornamentos e imágenes y los quemaron. Incendiaron luego la capilla y repitieron la escena en la parroquia.
El 22 de julio, milicianos armados asaltaron el convento y detuvieron a los 38 religiosos, vigilados y encañonados. Tras un registro de la casa en busca de armas, lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para quemarlo en la calle.
El día 24, se producen las primeras ejecuciones. Sin interrogatorio ni juicio, sin defensa, llamaron a siete religiosos. Los primeros sentenciados fueron: Juan Antonio Pérez Mayo, sacerdote, profesor, 29 años; y los estudiantes Manuel Gutiérrez Martín, subdiácono, 23; Cecilio Vega Domínguez, subdiácono, 23; Juan Pedro Cotillo Fernández, 22; Pascual Aláez Medina, 19; Francisco Polvorinos Gómez, 26; Justo Gónzález Lorente, 21. Fueron introducidos en dos coches y llevados al martirio.
El resto de los religiosos permanecieron presos en el convento y dedicaban sus horas de espera a rezar y prepararse a bien morir.
Alguien, probablemente el alcalde de Pozuelo, comunicó a Madrid el riesgo que corrían los demás y ese mismo día 24 de julio llegó un camión de Guardias de Asalto con orden de llevar a los religiosos a la Dirección General de Seguridad. Al día siguiente, tras cumplir unos trámites, inesperadamente quedaron en libertad.
Buscaron refugio en casas particulares. El provincial se arriesgaba y desvivía por darles ánimo y llevarles la comunión. Pero en el mes de octubre, por orden de busca y captura, fueron detenidos y llevados a la cárcel.
Allí soportaron un lento martirio de hambre, frío, terror y amenazas. Hay testimonios de algunos supervivientes de cómo aceptaron con heroica paciencia esa difícil situación que les hacía prever la posibilidad del martirio. Reinaba entre ellos la caridad y el clima de oración silenciosa. En noviembre, llegaría el final de aquel calvario para la mayoría de ellos.
El 20 de julio de 1936, hubo nuevos incendios de iglesias y conventos, sobre todo en Madrid. Los milicianos de Pozuelo asaltaron la capilla del barrio de la Estación, sacaron a la calle ornamentos e imágenes y los quemaron. Incendiaron luego la capilla y repitieron la escena en la parroquia.
El 22 de julio, milicianos armados asaltaron el convento y detuvieron a los 38 religiosos, vigilados y encañonados. Tras un registro de la casa en busca de armas, lo único que hallaron fueron cuadros religiosos, imágenes, crucifijos, rosarios y ornamentos sagrados. Desde los pisos superiores, todo fue arrojado por el hueco de la escalera a la planta baja para quemarlo en la calle.
El día 24, se producen las primeras ejecuciones. Sin interrogatorio ni juicio, sin defensa, llamaron a siete religiosos. Los primeros sentenciados fueron: Juan Antonio Pérez Mayo, sacerdote, profesor, 29 años; y los estudiantes Manuel Gutiérrez Martín, subdiácono, 23; Cecilio Vega Domínguez, subdiácono, 23; Juan Pedro Cotillo Fernández, 22; Pascual Aláez Medina, 19; Francisco Polvorinos Gómez, 26; Justo Gónzález Lorente, 21. Fueron introducidos en dos coches y llevados al martirio.
El resto de los religiosos permanecieron presos en el convento y dedicaban sus horas de espera a rezar y prepararse a bien morir.
Alguien, probablemente el alcalde de Pozuelo, comunicó a Madrid el riesgo que corrían los demás y ese mismo día 24 de julio llegó un camión de Guardias de Asalto con orden de llevar a los religiosos a la Dirección General de Seguridad. Al día siguiente, tras cumplir unos trámites, inesperadamente quedaron en libertad.
Buscaron refugio en casas particulares. El provincial se arriesgaba y desvivía por darles ánimo y llevarles la comunión. Pero en el mes de octubre, por orden de busca y captura, fueron detenidos y llevados a la cárcel.
Allí soportaron un lento martirio de hambre, frío, terror y amenazas. Hay testimonios de algunos supervivientes de cómo aceptaron con heroica paciencia esa difícil situación que les hacía prever la posibilidad del martirio. Reinaba entre ellos la caridad y el clima de oración silenciosa. En noviembre, llegaría el final de aquel calvario para la mayoría de ellos.
Contituará...
P. Jorge López Teulón.
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