4 jun 2011

COMENTARIO A LAS LECTURAS DOMINICALES No ausencia ni lejanía, sino presencia y cercanía



P. Mario Ortega. Los apóstoles fueron testigos de la resurrección y de la posterior ascensión del Señor a los Cielos. San Mateo recoge las palabras del Maestro antes de dejarles: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Se va, pero permanece entre nosotros. Este es el misterio de la Ascensión y esta es también la razón de por qué los discípulos quedaron alegres – como nos cuenta San Lucas al final de su evangelio – aun a pesar de que sabían que no verían más al Señor.

Benedicto XVI nos explica esto con acertadas palabras: “La Ascensión no es un marcharse a una zona lejana del cosmos, sino la permanente cercanía que los discípulos experimentan que les produce una alegría duradera” (Jesús de Nazaret, II parte, epílogo). Gracias precisamente a su tránsito al Padre, sentado a su derecha – es decir, con todo el poder divino – está cercano a todos.

El cristianismo no es nostalgia de algo que ya no se tiene ni anhelo de lo que no se ha tenido todavía. Es presente, es presencia viva de Cristo Resucitado. Es vivir los misterios de Cristo que ya fueron y saborear, a la vez, ya en el presente, lo que está por venir, la vida en plenitud.

Creo sinceramente que nuestra vida cristiana flojea muchas veces porque no vivimos el presente de nuestra fe, la presencia viva y operante de Cristo en medio del mundo y en el interior de mi mundo personal. Y si no vivimos esta presencia de Dios, si lo recluimos a un pasado inerte o lo confinamos a un futuro incierto, no podremos nunca experimentar la alegría de los apóstoles ante el misterio de la Ascensión.

No se trata de alcanzar la alegría cristiana como un logro personal, sino de adherirnos a la fe de la Iglesia, que es la fe de los Apóstoles; y entonces tendremos su misma alegría. Y entonces también participaremos de la misión encomendada por el Señor. La vida cristiana es “estar contentos por la cercanía interior de Dios y – fundándose en eso – contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo” (de nuevo, palabras de Benedicto XVI).

Por esto decía San Juan Bosco que la primera condición para ser santo es estar siempre alegres. Es una virtud muy relacionada con el misterio de la Ascensión. La alegría será sincera y virtuosa en la medida en que surja y se alimente continuamente de la fe en la presencia real de Jesucristo vivo en medio de nosotros.

Jesucristo vivo en medio de nosotros es la Iglesia. Pidamos a María Santísima esa misma alegría que deseamos para ella, Reina del Cielo – por la resurrección de Aquel que mereció llevar – durante el tiempo pascual.

P. Mario Ortega


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1 comentario:

  1. La alegría cristiana de quien se sabe hijo de Dios no debería faltar nunca en el corazón del discípulo de Cristo.

    Es bien cierto lo que dice Ud. Padre Ortega acerca de que el cristianismo no vive de algo que fue sino que, en efecto, vive de Alguien que !Vive! y que está entre nosotros.

    Gracias, Padre, por recordar lo que, a veces, olvidamos.

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