OPINIÓN. P. Roberto Visier. Cierto día un estudiante de ingeniería me comentó que uno de sus profesores le había dicho que la filosofía no servía para nada. Yo le respondí que verdaderamente no sabía lo que estaba diciendo porque la filosofía es la que mueve el mundo. Así es, la gente vive como piensa que tiene que vivir, según sus ideas, sus criterios, sus valores, su ideología, según su “filosofía de la vida”. Son muy pocos los que escriben libros de filosofía o viven inmersos en elucubraciones filosóficas, pero al final el pensamiento que se impone en una determinada época, es el que conduce a las masas y sobre todo a las minorías dirigentes que juegan un papel decisivo en la historia de la humanidad.
En el fondo el hombre tiene miedo de mirar más allá de esta vida, aun cuando resulta insensato no plantearse el tema de la muerte, siendo ésta tan presente y cercana. Renuncia a saber cuál es la esencia del hombre, su sustancia más profunda, porque esto representa un riesgo, porque pone un límite a su capricho: el de verse obligado a respetar lo que el hombre es. El hombre moderno prefiere inventarse a sí mismo y hacer lo que le viene en gana, antes de descubrirse a sí mismo y hacer lo que debe hacer. No quiere conocer el mundo sino utilizarlo a su capricho.
Todo lo que acabamos de esbozar tiene una consecuencias devastadoras en la sociedad actual. El hombre que no quier encontrar un sentido trascendente a su vida, vive encerrado en el tiempo presente, atado a esperanzas fútiles y sumamente efímeras, vive sin una verdadera esperanza. Habla de derechos y de dignidad humana pero encuentra muy pronto excusas para excluir al niño no nacido, al defectuoso, al enemigo, a todo el que no piensa como él. No quiere aceptar ni siquiera el hecho de ser varón o mujer, prefiere elegir él su propia inclinación sexual, incluso su propio sexo. No quiere aceptar la institución familiar como esencial en la sociedad humana. No quiere aceptar a Dios como fundamento de todo lo que existe, de una moral universal, de una esperanza eterna y de una justicia universal.
Un hombre que no se pregunta “¿quién soy? ¿para qué vivo? ¿de dónde vengo y a dónde voy?”, es un barco a la deriva y en constante peligro de naufragar. No podemos navegar sin rumbo, necesitamos saber a dónde vamos y agarrar con fuerza el timón. No buscar la verdad es vivir esclavos del error. La verdad, en cambio, nos hará verdaderamente libres.
En el fondo el hombre tiene miedo de mirar más allá de esta vida, aun cuando resulta insensato no plantearse el tema de la muerte, siendo ésta tan presente y cercana. Renuncia a saber cuál es la esencia del hombre, su sustancia más profunda, porque esto representa un riesgo, porque pone un límite a su capricho: el de verse obligado a respetar lo que el hombre es. El hombre moderno prefiere inventarse a sí mismo y hacer lo que le viene en gana, antes de descubrirse a sí mismo y hacer lo que debe hacer. No quiere conocer el mundo sino utilizarlo a su capricho.
Todo lo que acabamos de esbozar tiene una consecuencias devastadoras en la sociedad actual. El hombre que no quier encontrar un sentido trascendente a su vida, vive encerrado en el tiempo presente, atado a esperanzas fútiles y sumamente efímeras, vive sin una verdadera esperanza. Habla de derechos y de dignidad humana pero encuentra muy pronto excusas para excluir al niño no nacido, al defectuoso, al enemigo, a todo el que no piensa como él. No quiere aceptar ni siquiera el hecho de ser varón o mujer, prefiere elegir él su propia inclinación sexual, incluso su propio sexo. No quiere aceptar la institución familiar como esencial en la sociedad humana. No quiere aceptar a Dios como fundamento de todo lo que existe, de una moral universal, de una esperanza eterna y de una justicia universal.
Un hombre que no se pregunta “¿quién soy? ¿para qué vivo? ¿de dónde vengo y a dónde voy?”, es un barco a la deriva y en constante peligro de naufragar. No podemos navegar sin rumbo, necesitamos saber a dónde vamos y agarrar con fuerza el timón. No buscar la verdad es vivir esclavos del error. La verdad, en cambio, nos hará verdaderamente libres.
P. Roberto Visier.
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