OPINIÓN. P. Roberto Visier. Estoy leyendo un libro que se titula La primera generación incrédula, de Armando Matteo. Realiza el autor un buen análisis de la juventud actual. Se pregunta por qué los jóvenes están alejados de la Iglesia. Las respuesta es compleja y tiene muchos matices. Los jóvenes de hoy son hijos y nietos de la generación que vivió la llamada revolución del 68, que en aras de la libertad sin límites propagó la cultura del “haz lo que quieras”. Un fin a los tabúes, a las normas de conducta, a los dogmas. Se abría las puertas al relativismo moral. Las familias que surgieron en aquellos años todavía conservaban en gran medida los valores cristianos y la mentalidad que concebía a la familia como una comunidad estable, muy sólida. Se creía todavía en el amor para siempre y en la fidelidad, y tener varios hijos no era una tragedia. Sin embargo la tendencia era educar a los hijos en consonancia con los aires de libertad que se respiraban y los vínculos con la Iglesia eran cada vez más débiles. Esto, unido a una catequesis bastante deficiente, trajo consigo una generación donde una gran mayoría empezaba a vivir al margen de Dios. Los hijos de estos, que son los adolescentes y jóvenes de hoy, no reciben por lo general en la familia ningún tipo de instrucción religiosa o moral. La única exigencia suele ser que estudien para labrarse un futuro en la sociedad, pero poco más. Los jóvenes de hoy han aprendido a vivir sin Dios y sin criterios morales.
He aquí una generación sin fundamentos morales y religiosos, sin valores familiares, sin una respuesta a las preguntas trascendentales sobre el sentido de la vida, del mundo, del hombre mismo, de Dios, del más allá de la muerte. En gran medida es una generación herida porque sufre las consecuencias de la desintegración familiar. No creen en Dios ni en la Iglesia, pero tampoco en la familia, en el amor y la fidelidad, en la honestidad, en el esfuerzo y sacrificio por los demás, en la cultura y el arte, en la política, en las valores patrios. Se pudiera pensar que creen en sí mismos por el marcado individualismo de la cultura actual, pero en gran medida los jóvenes ni siquiera creen en sí mismos.
La generación incrédula no está compuesta simplemente por personas que no rezan y no van a la Iglesia. Precisamente porque las consecuencias de la falta de fe son muchas, profundas y devastadoras, la generación incrédula está formada por jóvenes inestables, indecisos, confundidos, asustados. Alguno, quizás exagerando, la ha llamado “la generación inexistente”. Inexistente porque no dejará huella, porque no parece dispuesta a construir nada, más bien corre el peligro de destruir lo poco que queda en pie. Todos, especialmente los jóvenes, estamos llamados a desmentir esta “acusación”. Si existimos tenemos que dejar huella y estar dispuestos a luchar y a rescatar a la humanidad de la profunda crisis en el que está inmersa.
He aquí una generación sin fundamentos morales y religiosos, sin valores familiares, sin una respuesta a las preguntas trascendentales sobre el sentido de la vida, del mundo, del hombre mismo, de Dios, del más allá de la muerte. En gran medida es una generación herida porque sufre las consecuencias de la desintegración familiar. No creen en Dios ni en la Iglesia, pero tampoco en la familia, en el amor y la fidelidad, en la honestidad, en el esfuerzo y sacrificio por los demás, en la cultura y el arte, en la política, en las valores patrios. Se pudiera pensar que creen en sí mismos por el marcado individualismo de la cultura actual, pero en gran medida los jóvenes ni siquiera creen en sí mismos.
La generación incrédula no está compuesta simplemente por personas que no rezan y no van a la Iglesia. Precisamente porque las consecuencias de la falta de fe son muchas, profundas y devastadoras, la generación incrédula está formada por jóvenes inestables, indecisos, confundidos, asustados. Alguno, quizás exagerando, la ha llamado “la generación inexistente”. Inexistente porque no dejará huella, porque no parece dispuesta a construir nada, más bien corre el peligro de destruir lo poco que queda en pie. Todos, especialmente los jóvenes, estamos llamados a desmentir esta “acusación”. Si existimos tenemos que dejar huella y estar dispuestos a luchar y a rescatar a la humanidad de la profunda crisis en el que está inmersa.
P. Roberto Visier.
Gracias a Dios todavía muchos padres anotan a sus hijos a catequesis. Es una oportunidad única para enseñar a los chicos a ser personas.
ResponderEliminar"Dios ama de manera especial a los jovenes porque aun estan a tiempo de hacer muchas obras buenas"
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