OPINIÓN. P. Mario Ortega. Una vez más trata el Señor de atraer nuestro corazón hacia Él y hacia los bienes eternos que Él nos promete. El dinero y los bienes terrenos reclaman constantemente nuestra preocupación y anhelo y, cuando nos entregamos a ellos, estamos convirtiéndonos en esclavos, esclavos del dinero y de las cosas. Dios quiere que seamos libres, y sólo sirviéndole a Él, que es la fuente de la libertad y que nos da todo lo suyo, que es infinito, gozaremos de auténtica libertad.
Jesús quiere que advirtamos esta disyuntiva: o Dios o el dinero. Y que no nos engañemos. Que comprendamos que no se puede servir a ambos señores. Para ello, nos ofrece la parábola del administrador injusto. Parábola nada fácil de explicar, puesto que concluye con un elogio a partir de una injusticia cometida. Por eso, San Agustín se pregunta: “¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, para que se avergüence el cristiano que carece de determinación al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento.” (Sermón 359 A)
He aquí la enseñanza que Jesús intenta transmitir. En ningún momento justifica la actuación fraudulenta de este administrador injusto, pero sí pone de relieve su preocupación por asegurar su vida y sus bienes, así como la sagacidad y astucia para conseguirlo. Somos, ciertamente, ingeniosos y creativos cuando se trata de granjearnos bienes materiales, fama, aplausos… también cuando, como el administrador injusto, vemos en peligro nuestra supervivencia o comodidad. De ahí, aquello de “intellectus apretatus, discurret que rabiat”.
¡Ojalá tuviéramos el corazón puesto de tal manera en Dios, que fuésemos así de astutos y sagaces por vivir y extender el Evangelio! Así, concluye San Agustín el sermón antedicho: “El administrador injusto se preocupó por la vida que tiene un fin, y ¿no te preocupas tú por la eterna?”. Es, por tanto, esta parábola, una llamada incisiva a la fe y una fuerte exhortación a la consecución de los bienes eternos. Dios quiere que nuestro pensar, nuestro querer y nuestro actuar esté movido por los bienes eternos, por el Bien Eterno, que és Él. Así, Dios será nuestro Señor.
San Pablo es y se sabe verdadero servidor de Dios: toda su palabra y ejemplo son una continua muestra del señorío de Dios en su vida. Recomienda a Timoteo que convierta su vida en una mirada a lo alto, orando a Dios y pidiendo por toda la humanidad, pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos.
Y, en la medida en que hallemos en Dios nuestra riqueza, dejaremos de preocuparnos tanto por los bienes materiales y estaremos en mejores condiciones de servir y ayudar al pobre y necesitado. Efectivamente, el que vive desprendido del dinero, puede dar limosna más fácilmente, alejándose de aquella condena de la que nos habla el profeta Amós en la primera lectura y que pesará sobre los que idolatran el dinero, obran la injusticia y no sirven a Dios.
Seamos siervos, no del dinero, sino de Dios, como María, la Sierva del Señor.
Jesús quiere que advirtamos esta disyuntiva: o Dios o el dinero. Y que no nos engañemos. Que comprendamos que no se puede servir a ambos señores. Para ello, nos ofrece la parábola del administrador injusto. Parábola nada fácil de explicar, puesto que concluye con un elogio a partir de una injusticia cometida. Por eso, San Agustín se pregunta: “¿Por qué propuso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel hubiera cometido un fraude, sino porque fue previsor para el futuro, para que se avergüence el cristiano que carece de determinación al ver alabado hasta el ingenio de un fraudulento.” (Sermón 359 A)
He aquí la enseñanza que Jesús intenta transmitir. En ningún momento justifica la actuación fraudulenta de este administrador injusto, pero sí pone de relieve su preocupación por asegurar su vida y sus bienes, así como la sagacidad y astucia para conseguirlo. Somos, ciertamente, ingeniosos y creativos cuando se trata de granjearnos bienes materiales, fama, aplausos… también cuando, como el administrador injusto, vemos en peligro nuestra supervivencia o comodidad. De ahí, aquello de “intellectus apretatus, discurret que rabiat”.
¡Ojalá tuviéramos el corazón puesto de tal manera en Dios, que fuésemos así de astutos y sagaces por vivir y extender el Evangelio! Así, concluye San Agustín el sermón antedicho: “El administrador injusto se preocupó por la vida que tiene un fin, y ¿no te preocupas tú por la eterna?”. Es, por tanto, esta parábola, una llamada incisiva a la fe y una fuerte exhortación a la consecución de los bienes eternos. Dios quiere que nuestro pensar, nuestro querer y nuestro actuar esté movido por los bienes eternos, por el Bien Eterno, que és Él. Así, Dios será nuestro Señor.
San Pablo es y se sabe verdadero servidor de Dios: toda su palabra y ejemplo son una continua muestra del señorío de Dios en su vida. Recomienda a Timoteo que convierta su vida en una mirada a lo alto, orando a Dios y pidiendo por toda la humanidad, pues Dios es uno, y uno solo es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó en rescate por todos.
Y, en la medida en que hallemos en Dios nuestra riqueza, dejaremos de preocuparnos tanto por los bienes materiales y estaremos en mejores condiciones de servir y ayudar al pobre y necesitado. Efectivamente, el que vive desprendido del dinero, puede dar limosna más fácilmente, alejándose de aquella condena de la que nos habla el profeta Amós en la primera lectura y que pesará sobre los que idolatran el dinero, obran la injusticia y no sirven a Dios.
Seamos siervos, no del dinero, sino de Dios, como María, la Sierva del Señor.
P. Mario Ortega.
Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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Interesante el título "Astucia para las cosas de Dios". Dentro de unos días, se realizará en Paraná (Argentina) el encuentro nacional de mujeres. Los grupos seudo feministas están haciendo campaña en la Capital Federal (y seguramente en muchos sitios más) y diciendo abiertamente que van a ir a luchar para conquistar el aborto. Me parece que es un llamado de atención para las mujeres católicas y para todas aquellas que siguen el sentido común. Es fundamental que participen para ser la voz de los que no tienen voz. Que esta vez los hijos de la luz sean más astutos que los hijos de las tinieblas.
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