12 sept 2010

Dios te busca, te encuentra y te salva


OPINIÓN. P. Mario Ortega. Hoy la Iglesia nos regala en la Liturgia de la Palabra la proclamación del capítulo 15 de San Lucas, el gran capítulo de la Misericordia, con esas tres parábolas maravillosas de la oveja perdida, de la moneda perdida y del hijo perdido. Oveja, moneda e hijo, encontrados como fruto de la búsqueda, el sufrimiento y la paciencia del pastor, dueño y padre respectivamente.

En las tres parábolas quedamos cada uno de nosotros reflejado, así como reflejado queda maravillosa y tiernamente el Corazón misericordioso del Padre. Sublime revelación del amor personal e infinito de un Dios que me busca, encuentra y salva.

Es imposible abordar en pocas líneas las tres parábolas. Me centro en la de la oveja perdida y recuerdo, en primer lugar, una anécdota que me sucedió cuando, en mi primer año como sacerdote, ejercía de párroco en cuatro pueblos pequeños, en los que había varios pastores con sus rebaños. Viajando de un pueblo a otro, los solía ver y saludar, deteniéndome a charlar un momento con ellos, si el tiempo lo permitía. En una ocasión iba con bastante prisa y, de repente, me encuentro con las más de doscientas ovejas del tío Miguel cruzando la carretera, obligándome a detener el vehículo y a ejercer la paciencia y la resignación. Detrás del pastor, todas las ovejas, cruzando la estrecha vía en busca de nuevos pastos. Todas cruzaron, menos una, que quedó enganchada en una zarza y balaba sin cesar. Miguel ya se encontraba lejos y no la oía. Yo comencé a tocar el claxon para avisar del incidente. Inmediatamente, Miguel dejó el rebaño y corrió hacia la oveja en peligro. Exactamente como en la parábola del Evangelio. Fue hasta ella y la liberó; le hacía daño al sacarla de la zarza, pero la oveja se dejaba dócilmente salvar, hasta que pudo salir corriendo a reunirse con las demás.

Nuestra religión es completamente original. El cristianismo, no es tanto la búsqueda de Dios por parte del hombre, sino la revelación de un Dios buscador de cada uno de nosotros.

El problema es que no queremos ser ovejas de Cristo, y no nos damos cuenta que al no querer ser ovejas del Buen Pastor, terminamos siendo “ovejos”; es decir, incondicionales y acríticos seguidores de ideologías, modas, prejuicios, respetos humanos, etc. El problema es que nos engañamos pensando que seremos más libres sin formar parte del rebaño de la Iglesia. Y así, venimos a ser oveja perdida e hijo pródigo, por mucho que lo neguemos.

Dios nos busca y no para de buscarnos. Y nos encontrará, a no ser que nosotros no nos dejemos encontrar y salvar. Él respeta nuestra libertad (parábola del hijo pródigo) y su búsqueda y salvación es siempre una oferta – invitación – a nosotros.


Y hay otro aspecto esencial de la revelación de la Misericordia: la alegría. La alegría del encuentro, una alegría que se da en el mismo Dios (habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta) y también la alegría indecible del hijo salvado y la oveja encontrada; como San Pablo fue encontrado por Dios, a pesar de su vida pasada, y así lo manifiesta con alegría en la segunda lectura de hoy. Alegría completa… con Dios. Sólo la experimentas cuando el Señor te encuentra.

P. Mario Ortega.


Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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