21 oct 2010

La fuerza de la oración


OPINIÓN
P. Roberto Visier. Hemos señalado recientemente que no es fácil encontrar cristianos con “ganas” de evangelizar, es decir, falta empuje misionero, celo por la salvación de los hombres. Esto forma parte de una especie de apatía generalizada dentro de la Iglesia, un catolicismo descafeinado e desencantado, sin ilusión, sin fuerza. La tentación del desánimo está a flor de piel y frecuentemente se escuchan quejas sobre lo difícil que es hablar a los jóvenes de Dios, y lo poco que ayudan los laicos en las parroquias.

Más allá de la constatación del hecho, más bien evidente, es interesante delimitar las causas. Una de las principales, quizás la más importante, es el declive de la vida espiritual. Se ha sentido en las últimas décadas una tendencia a ser más Marta que María: hacer mucho y rezar poco e incluso a quejarse de que los que rezan no ayudan casi nada, con lo que se intenta incluso empujar a los que todavía rezan a que dejen de hacerlo. Se mira con sospecha a los que “gastan” mucho tiempo en la oración, hoy en día son “bichos raros” ¿De dónde habrán salido? Se preguntan ¿Serán una secta? Es la tentación del activismo que con el tiempo degenera en conformismo y al final en la citada apatía o indiferencia. Hacemos y hacemos, pero al final no hay resultados, así que optamos por cruzarnos de brazos.

Echemos un vistazo por las iglesias. Entremos en las iglesias, si acaso podemos, porque muchísimas están cerradas casi todo el día. Será raro encontrar alguna persona en oración y lo que es más triste, difícilmente encontrará al párroco o al vicario en oración. Hasta algunas congregaciones religiosas han reducido al mínimo el tiempo de la oración o simplemente no se vela por el cumplimiento de los tiempos establecidos en las reglas de vida religiosa. No es raro encontrar personas consagradas que no rezan el rosario, que se confiesan muy poco o que han recibido tantos encargos y responsabilidades que no podrían rezar aunque quisieran.

Parece que nos hemos olvidado de que la Iglesia tiene un motor espiritual que es el Espíritu Santo, que actúa eficazmente en los sacramentos siempre, pero que puede transformar los corazones sólo en la medida en que dichas almas están abiertas a la acción de la gracia. ¿Cómo hablar al que no escucha? ¿Cómo hacer entender al que no atiende a razones? Eso es una persona que no tiene vida de oración: está incapacitada para escuchar a Dios e incluso para escuchar la voz de su conciencia, que es casi lo mismo. Al comienzo del milenio el Papa Juan Pablo II nos recordaba la primacía de la gracia y de la oración y algunos le han escuchado, pero son pocos, muy pocos.

De una vida poco espiritual se sigue como consecuencia lógica una vida muy imperfecta, tibia, relajada moralmente, que resbala hacia el pecado mortal casi inevitablemente. Luego nos quejamos de los escándalos en la Iglesia. Sin vida espiritual el milagro es que no sean muchos más. Y es que ¿cómo vamos a ser fieles a los mandamientos en un mundo tan corrompido sin la ayuda omnipotente de Dios? ¿Cómo seremos valientes testigos de Cristo en nuestros ambientes sin el fuego del Espíritu en nosotros? Ese el es fuego que Cristo vino a traer al mundo pero sólo lo reciben los que se dejan empapar en él. Sin duda es necesario retomar la lectura de los Sabios de la Iglesia, los santos doctores: Sta. Teresa de Jesús, S. Juan de la Cruz, S. Francisco de Sales, S. Alfonso Mª de Ligorio, S. Agustín, S. Bernardo, Sta. Catalina de Siena... Descubriremos cómo daban a la vida de oración una primacía total. Sí, la Iglesia está en crisis y saldremos de ella orando más.

P. Roberto Visier.
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