OPINIÓN. P. Mario Ortega. Seguir a Jesucristo, aceptar su Palabra, exige la libre sumisión de la inteligencia y la voluntad a Dios. Así, “con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que se revela” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 143). Es necesaria, pues, la fe. Y de esta virtud nos hablan precisamente las lecturas de hoy. La fe, y más en concreto, la obediencia que deriva de la fe, la “obediencia de fe”.
Seguir a alguien es estar dispuesto a ir por donde esa persona nos indique. No tiene sentido que digamos: “quiero seguirte” y a continuación añadamos: “no estoy dispuesto a obedecerte”. Por eso, los Apóstoles, que se mostraron dispuestos a seguir al Maestro y abandonaron casa y bienes por Él, sienten el peso de “los duros trabajos del Evangelio”, como dice San Pablo, y le piden al Señor que aumente su fe.
Dan en el clavo. Porque la fe es el secreto del correcto seguimiento del Señor y porque Él es el que la da y la aumenta. A Jesús le agradaría mucho esta petición, que supone humildad por parte de quien se reconoce débil y necesitado. Y está dispuesto a aumentarles la fe, por supuesto, advirtiéndoles precisamente de la fuerza tan grande que ésta tiene por mínima que sea. Si tuvierais fe como un granito de mostaza… El tamaño del granito de mostaza equivale, más o menos, al de una cabeza de alfiler. Y sin embargo, con esa pizca de verdadera fe, se realizan auténticos milagros. No pide el Señor muchas cosas, ni el conseguir numerosos méritos o avances acreditados. Sólo pide un poquito de fe; un poquito que, con sinceridad, amor y perseverancia, llegará a convertirnos en grandes hombres de fe; como Abraham, padre y modelo de la fe, como María, realización más perfecta de la misma.
“Obedecer (ob – audire) en la fe es someterse libremente a la Palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 144). Y para que esta obediencia a Dios, que nos hace libres y nos saca de nuestra indigencia (el justo vivirá por su fe), sea gozosa en nosotros, no podemos separar la fe del amor. Vive con fe y amor en Cristo Jesús. Nos anima con estas palabras hoy el apóstol San Pablo, buen sabedor de que sin fe y sin amor, reflejo de una confianza sin límites en nuestro Señor, no se puede ser auténtico cristiano ni soportar la vida exigente que el Evangelio conlleva.
Seguir a alguien es estar dispuesto a ir por donde esa persona nos indique. No tiene sentido que digamos: “quiero seguirte” y a continuación añadamos: “no estoy dispuesto a obedecerte”. Por eso, los Apóstoles, que se mostraron dispuestos a seguir al Maestro y abandonaron casa y bienes por Él, sienten el peso de “los duros trabajos del Evangelio”, como dice San Pablo, y le piden al Señor que aumente su fe.
Dan en el clavo. Porque la fe es el secreto del correcto seguimiento del Señor y porque Él es el que la da y la aumenta. A Jesús le agradaría mucho esta petición, que supone humildad por parte de quien se reconoce débil y necesitado. Y está dispuesto a aumentarles la fe, por supuesto, advirtiéndoles precisamente de la fuerza tan grande que ésta tiene por mínima que sea. Si tuvierais fe como un granito de mostaza… El tamaño del granito de mostaza equivale, más o menos, al de una cabeza de alfiler. Y sin embargo, con esa pizca de verdadera fe, se realizan auténticos milagros. No pide el Señor muchas cosas, ni el conseguir numerosos méritos o avances acreditados. Sólo pide un poquito de fe; un poquito que, con sinceridad, amor y perseverancia, llegará a convertirnos en grandes hombres de fe; como Abraham, padre y modelo de la fe, como María, realización más perfecta de la misma.
“Obedecer (ob – audire) en la fe es someterse libremente a la Palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 144). Y para que esta obediencia a Dios, que nos hace libres y nos saca de nuestra indigencia (el justo vivirá por su fe), sea gozosa en nosotros, no podemos separar la fe del amor. Vive con fe y amor en Cristo Jesús. Nos anima con estas palabras hoy el apóstol San Pablo, buen sabedor de que sin fe y sin amor, reflejo de una confianza sin límites en nuestro Señor, no se puede ser auténtico cristiano ni soportar la vida exigente que el Evangelio conlleva.
P. Mario Ortega.
Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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