P. Roberto Visier.. ¿Cabría esperar de la juventud de hoy una reacción a favor de un redescubrimiento de la fe cristiana? Aparentemente, si atendemos a los porcentajes de práctica religiosa, podríamos responder que no. Sin embargo hay algo común en la presente generación: la insatisfacción. Los jóvenes no se sienten bien, no están contentos con la cultura moderna, no comparten “los modos de hacer” de los adultos que han conducido a una crisis profunda. Viven inmersos en una sociedad consumista y alejada de Dios, pero no están contentos de vivir en ella. Por eso el Papa invita a todos a venir al encuentro independientemente de su fe. La Jornada Mundial de la Juventud puede constituir, en este sentido, un “atrio de los gentiles” donde se proponga a los jóvenes una alternativa. Es una opción antigua pero a la vez siempre nueva. En vez de un consumismo vacío y defraudante, los bienes espirituales de siempre: la generosidad, el amor verdadero, la solidaridad, las virtudes en general; en vez del agnosticismo, la fe y la confianza en un Dios cercano que se ha hecho hombre como nosotros.
Así lo expresa el Papa en el mensaje para la JMJ 2011: “hay una fuerte corriente de pensamiento laicista que quiere apartar a Dios de la vida de las personas y la sociedad, planteando e intentado crear un “paraíso” sin Él. Pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un infierno”. Las dos guerras mundiales europeas han sido una prueba manifiesta de ello. No sólo por el holocausto llevado a cabo por el nazismo ateo, sino por la saña con que, aprovechándose de la victoria aliada, el comunismo (también ateo) se apoderó del Este de Europa instaurando la dictadura del terror durante más de 50 años. La Alemania nazi perdió la guerra de los aviones, los tanques, los cañones y las trincheras. La URSS perdió la guerra fría de la ideología totalitaria con la caída del muro de Berlín. Todavía quedan muchas heridas sin sanar de ambas guerras, la de fuego y la de hielo.
Sólo volviendo a la fe se puede recuperar la confianza en el hombre, en su capacidad para construir, según el plan de Dios, la civilización del amor, preludio de la Patria definitiva cuya plenitud va más allá de los horizontes de la historia presente. El Papa dice que es vital para los jóvenes encontrar sólidos cimientos donde edificar su vida, mucho más ahora en una sociedad donde reina la inseguridad y el relativismo. Necesitamos un punto de referencia que nos guíe, que dé sentido a nuestras acciones. Benedicto XVI confía en los jóvenes porque está seguro de que en un corazón joven existe siempre la tendencia de ir más allá de lo habitual, de lo cotidiano, de lo efímero, de buscar la verdad, la felicidad, el sentido último de las cosas, la vida plena.
La fe en Dios es ese manantial, ese torrente de agua viva donde podemos saciar nuestra sed y dar una respuesta a nuestras más grandes aspiraciones. Permanecer firmes en la fe quiere decir considerarla el tesoro más precioso que debemos guardar, la luz más potente que me puede guiar, el regalo más útil y a la vez más hermoso que puedo ofrecer a los demás. Valorar la fe que recibimos en nuestro bautismo significa ser capaces de dar la vida, como han hecho los mártires, antes de perder la razón más esencial de nuestras existencia terrena y eterna.
Sólo volviendo a la fe se puede recuperar la confianza en el hombre, en su capacidad para construir, según el plan de Dios, la civilización del amor, preludio de la Patria definitiva cuya plenitud va más allá de los horizontes de la historia presente. El Papa dice que es vital para los jóvenes encontrar sólidos cimientos donde edificar su vida, mucho más ahora en una sociedad donde reina la inseguridad y el relativismo. Necesitamos un punto de referencia que nos guíe, que dé sentido a nuestras acciones. Benedicto XVI confía en los jóvenes porque está seguro de que en un corazón joven existe siempre la tendencia de ir más allá de lo habitual, de lo cotidiano, de lo efímero, de buscar la verdad, la felicidad, el sentido último de las cosas, la vida plena.
La fe en Dios es ese manantial, ese torrente de agua viva donde podemos saciar nuestra sed y dar una respuesta a nuestras más grandes aspiraciones. Permanecer firmes en la fe quiere decir considerarla el tesoro más precioso que debemos guardar, la luz más potente que me puede guiar, el regalo más útil y a la vez más hermoso que puedo ofrecer a los demás. Valorar la fe que recibimos en nuestro bautismo significa ser capaces de dar la vida, como han hecho los mártires, antes de perder la razón más esencial de nuestras existencia terrena y eterna.
P. Roberto Visier.
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