OPINIÓN. P. Mario Ortega. Con especial veneración, al ser Año Santo por celebrarse su fiesta en Domingo, contemplamos al Apóstol Santiago, el hijo de Zebedeo, el pescador de Galilea, hermano de Juan. Esta contemplación puede ser muy provechosa y rica por la variedad de aspectos que presenta la vida de Santiago: pescador, amigo del Señor, testigo de la cruz y de la gloria, peregrino y misionero.
Santiago, el pescador de Galilea. Las raíces de nuestro apóstol están junto al lago de Galilea. Su vida eran las redes y la barca. Su oficio de pescador nos recuerda una vez más que Dios se fija, no en la categoría social ni en los oficios importantes, sino en la persona que se muestra decidida a “beber el cáliz del Señor” y a “dejar las redes” para ser pescador de hombres.
Santiago, amigo del Señor. Este apóstol es uno de los íntimos del Señor. En las listas de los Doce que nos ofrecen los evangelios, aparece nombrado en segundo lugar (Mc 3, 17) o en tercero (Mt 10, 2 y Lc 6, 14). El Señor lo eligió, como al resto de apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlo a predicar. Cómo le cambió la vida al hacerse amigo del Señor. Dios tiene para cada uno de nosotros designios imprevisibles, pero siempre asociados a la amistad con Él, porque en eso consiste la vida cristiana y la santidad.
Santiago, testigo de la cruz y de la gloria. La vida cristiana está tejida de cruz y de gloria. Santiago fue testigo excepcional de estas dos realidades que en Cristo se identifican. Efectivamente, en los momentos más importantes de la vida de Cristo, ahí aparece Santiago, junto con Pedro y su hermano Juan. Como testigo de la gloria del Señor, lo vemos en la cima del Tabor, donde el Señor se transfigura. Experiencia de gozo y de eternidad. Y como testigo de la cruz, lo vemos en Getsemaní, donde nuestro apóstol “se encuentra ante el sufrimiento y la humillación y ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte” (Benedicto XVI, 21-6-2006). Experiencia de dolor y de muerte.
Santiago, peregrino y misionero. Con esa doble experiencia, se hace un Apóstol del Señor. Hasta que no aprende, vivencialmente, que a la gloria sólo se asciende por el camino de la cruz, no está preparado para ser apóstol. A la experiencia de la Pasión y Muerte del Señor, siguió la gloria de la Resurrección y la efusión pentecostal del Espíritu Santo. Ya tenemos al Apóstol, peregrino y misionero de la cruz y de la gloria. El camino es de cruz, la meta, el Pórtico de la gloria. El mandato misionero del Señor resucitado (“Id por todo el mundo…”) llevó a Santiago hasta el conocido entonces como el Finis Terrae, el final de la tierra firme, las costas de Galicia. No fue fácil el camino, era camino de cruz. Contó con el estímulo y el ánimo que le infundió la misma Madre de Dios, que se le apareció en el Pilar a las orillas del Ebro, indicándole que sus muchos sufrimientos derivados de la predicación, iban a dar un glorioso fruto en la tierra que fecundaba con el Evangelio. España iba a ser cuna de grandes santos y misioneros. De nuevo por la cruz a la gloria.
Santiago, hacia el Pórtico de la Gloria. La gloria final y definitiva para Santiago Apóstol llegó con el martirio. Fue el primer apóstol mártir. Llegó a beber el cáliz amargo, como un día había prometido al Señor; y ahora es poderoso intercesor en el Cielo y maravilloso patrón (modelo) de vida cristiana y de lucha y constancia por la cruz para llegar a la gloria.
Santiago, el pescador de Galilea. Las raíces de nuestro apóstol están junto al lago de Galilea. Su vida eran las redes y la barca. Su oficio de pescador nos recuerda una vez más que Dios se fija, no en la categoría social ni en los oficios importantes, sino en la persona que se muestra decidida a “beber el cáliz del Señor” y a “dejar las redes” para ser pescador de hombres.
Santiago, amigo del Señor. Este apóstol es uno de los íntimos del Señor. En las listas de los Doce que nos ofrecen los evangelios, aparece nombrado en segundo lugar (Mc 3, 17) o en tercero (Mt 10, 2 y Lc 6, 14). El Señor lo eligió, como al resto de apóstoles, para que estuvieran con Él y para enviarlo a predicar. Cómo le cambió la vida al hacerse amigo del Señor. Dios tiene para cada uno de nosotros designios imprevisibles, pero siempre asociados a la amistad con Él, porque en eso consiste la vida cristiana y la santidad.
Santiago, testigo de la cruz y de la gloria. La vida cristiana está tejida de cruz y de gloria. Santiago fue testigo excepcional de estas dos realidades que en Cristo se identifican. Efectivamente, en los momentos más importantes de la vida de Cristo, ahí aparece Santiago, junto con Pedro y su hermano Juan. Como testigo de la gloria del Señor, lo vemos en la cima del Tabor, donde el Señor se transfigura. Experiencia de gozo y de eternidad. Y como testigo de la cruz, lo vemos en Getsemaní, donde nuestro apóstol “se encuentra ante el sufrimiento y la humillación y ve con sus propios ojos cómo el Hijo de Dios se humilla haciéndose obediente hasta la muerte” (Benedicto XVI, 21-6-2006). Experiencia de dolor y de muerte.
Santiago, peregrino y misionero. Con esa doble experiencia, se hace un Apóstol del Señor. Hasta que no aprende, vivencialmente, que a la gloria sólo se asciende por el camino de la cruz, no está preparado para ser apóstol. A la experiencia de la Pasión y Muerte del Señor, siguió la gloria de la Resurrección y la efusión pentecostal del Espíritu Santo. Ya tenemos al Apóstol, peregrino y misionero de la cruz y de la gloria. El camino es de cruz, la meta, el Pórtico de la gloria. El mandato misionero del Señor resucitado (“Id por todo el mundo…”) llevó a Santiago hasta el conocido entonces como el Finis Terrae, el final de la tierra firme, las costas de Galicia. No fue fácil el camino, era camino de cruz. Contó con el estímulo y el ánimo que le infundió la misma Madre de Dios, que se le apareció en el Pilar a las orillas del Ebro, indicándole que sus muchos sufrimientos derivados de la predicación, iban a dar un glorioso fruto en la tierra que fecundaba con el Evangelio. España iba a ser cuna de grandes santos y misioneros. De nuevo por la cruz a la gloria.
Santiago, hacia el Pórtico de la Gloria. La gloria final y definitiva para Santiago Apóstol llegó con el martirio. Fue el primer apóstol mártir. Llegó a beber el cáliz amargo, como un día había prometido al Señor; y ahora es poderoso intercesor en el Cielo y maravilloso patrón (modelo) de vida cristiana y de lucha y constancia por la cruz para llegar a la gloria.
P. Mario Ortega.
Publicado en La Gaceta de la Iglesia.
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Elemental, pero muy bueno para quien se arrime a este blog.
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