27 jul 2011

TESTIMONIO. “Cheqesqa” y “waqra puku” en honor de San Isidro Labrador


El domingo 14 partimos hacia Pampura, pues nos han dicho que su patrón es San Isidro, y sería bueno estar para su fiesta. Son varias horas de marcha, esta vez dura subida, pero llegamos algo después del mediodía. Efectivamente, el templo está abierto y se ven los preparativos para la fiesta de mañana. San Isidro, con barba española pero vestido con los trajes típicos del campesino indio de la región, es relativamente grande, más de un metro de alto. Ha sido colocado sobre unas andas rodeadas de ramas floridas de retama, a modo de decoración festiva. La gente, en sus casas, ultima los preparativos, fundamentalmente la preparación de chicha.

Esta vez el presidente nos instala en una especie de “despacho municipal”, seguramente el lugar más elegante del pueblo, pues hasta tiene vidrios en la ventana, cuando lo habitual suelen ser algunos plásticos azules. Visitamos las casas, como de costumbre, administrando a varios ancianos y enfermos los Santos Óleos e invitando a todos a la Misa de las primeras Vísperas, a la que efectivamente acude mucha gente. Después de esta, ya de noche, el presidente nos invita con gran solemnidad a una tradición local que llaman “cheqesqa” y que dice se remonta a muchas generaciones. Asistimos pues con gran curiosidad a tal acontecimiento. Los campesinos, los varones únicamente, eso sí, se reúnen alrededor de un fuego y comienzan a beber cañazo, pasándose de uno en uno la garrafa… Esa es la tradición… Le digo al alcalde que esa tradición también existe en mi pueblo, que también festeja a San Isidro, y que allí la llaman “botellón”. Queda muy contento con mi aclaración y yo me retiro a descansar, mientras la “vieja tradición” sigue su curso hasta que el frío de la noche felizmente lleva a todos a descansar.

A eso de las cinco, antes de que salga el sol, me despierta el estruendoso tocar de los “waqra puku”, esos instrumentos hechos con asta de toro, acompañados de tambores. Es como el toque de diana local para las fiestas. Poco a poco todos acuden a la Iglesia, y después de una Misa solemne en la que muchos niños aprovechan para bautizarse, sale el Santo en procesión, precedido por los niños que bailan danzas indias en su honor seguidos por todo tipo de instrumentos musicales que, milagrosamente, crean un conjunto armónico. Después de la procesión, empieza, o continua más bien, la fiesta, con mucha chicha recién fermentada circulando. Nosotros decidimos ya dejar el pueblo, pues queremos subir al abra de la montaña para después bajar de nuevo al río Punanki, buscar por donde vadearlo, y emprender el regreso a Tambobamba, pues ya son más de siete días y, sobre todo, mañana me toca viajar a Chuquibambilla para el retiro diocesano. Salimos pues a eso de las doce y caminamos mucho, pero logramos llegar a las siete de la noche a Tambobamba. Allí disfrutamos de una buena ducha, ropa limpia y cama sin arañas.

El martes temprano acompaño a Dani y David para que tomen de regreso el autobús al Cuzco. Están felices de la experiencia vivida. Si bien es cierto que han perdido unos días de clase en la universidad y en el colegio respectivamente, han vivido experiencias que sin duda quedarán en su memoria para toda la vida. Lo perdido en las aulas puede recuperarse fotocopiando apuntes, lo vivido en esta misión nada puede convalidarlo. Lamentablemente, no todos piensan igual, y David tiene problemas al regresar a su colegio: su mamá, ingenuamente, le dijo al director que su hijo estaba de misión conmigo. Eso le vale la expulsión. Bueno, cuando una puerta se cierra, Dios suele abrir otra y más grande. Ahora David prepara su ingreso a un Instituto Superior, donde estudiará mecánica automotriz, lo que siempre quiso, en cuanto acabe en un centro no escolarizado su secundaria. Ya veré yo como hacerme cargo de sus estudios. San José ayudará.


P. Jorge de Villar.

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