P. Mario Ortega. Jesús condena repetidas veces el fariseísmo. Lo hace porque sabe bien que la forma de vida de aquellos hombres que decían tener un corazón religioso pero que estaban muy lejos de la verdadera religión, está presente en todo tiempo y lugar. Jesús hoy habla al fariseo de todos los tiempos.
Porque fariseos somos siempre que decimos aceptar a Dios, pero no hacemos lo que Dios nos manda. Prometemos seguirle, pero no emprendemos su camino, que es el de la humildad. Fariseos somos cuando, como ellos, nos gusta ocupar los puestos de honor y que nos alabe la gente; cuando justificamos siempre nuestro obrar errado, estando a la vez muy prontos a ver la paja en el ojo ajeno. Con esta forma de vida, no se puede estar con Dios, porque nuestra religión se reduce al culto de nosotros mismos. Esto es la soberbia.
Es fundamental que, en la lectura del Evangelio, descubramos que aceptar a Dios en nuestra vida no es algo accidental o superficial, sino que significa que nosotros estamos dispuestos a cederle el puesto central en nuestra vida y no convertirlo en un muñeco del que me sirvo cuando me conviene. Cristo nos enseña a ser humildes, esto es, a dejarle a Dios ser Dios. O dicho con las palabras de hoy de San Pablo a los Tesalonicenses, dejemos que la palabra que hemos recibido, permanezca operante en nosotros.
Muchas veces nos excusamos o tratamos de justificar nuestro “no” a Dios diciendo que hemos recibido un mal ejemplo de una persona religiosa. Suponiendo que eso suceda, que por desgracia puede ser, oigamos las palabras del Señor: “Haced y cumplid lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen”. ¿Por qué no nos fijamos más bien en los cristianos coherentes, en los sacerdotes y misioneros que gastan su vida generosamente por Dios y los demás.
Tratemos de vencer en nosotros ese fariseo de todos los tiempos para que, por el camino de la humildad, el Señor nos pueda acoger en su Reino. Como María.
Es fundamental que, en la lectura del Evangelio, descubramos que aceptar a Dios en nuestra vida no es algo accidental o superficial, sino que significa que nosotros estamos dispuestos a cederle el puesto central en nuestra vida y no convertirlo en un muñeco del que me sirvo cuando me conviene. Cristo nos enseña a ser humildes, esto es, a dejarle a Dios ser Dios. O dicho con las palabras de hoy de San Pablo a los Tesalonicenses, dejemos que la palabra que hemos recibido, permanezca operante en nosotros.
Muchas veces nos excusamos o tratamos de justificar nuestro “no” a Dios diciendo que hemos recibido un mal ejemplo de una persona religiosa. Suponiendo que eso suceda, que por desgracia puede ser, oigamos las palabras del Señor: “Haced y cumplid lo que dicen, pero no hagáis lo que ellos hacen”. ¿Por qué no nos fijamos más bien en los cristianos coherentes, en los sacerdotes y misioneros que gastan su vida generosamente por Dios y los demás.
Tratemos de vencer en nosotros ese fariseo de todos los tiempos para que, por el camino de la humildad, el Señor nos pueda acoger en su Reino. Como María.
P. Mario Ortega
Publicado en La Gaceta de la Iglesia
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