25 dic 2010

En la familia se nos revela el misterio de la vida


COMENTARIOS A LAS LECTURAS DOMINICALES
P. Mario Ortega. Celebramos hoy la Sagrada Familia de Nazaret, y con ella como modelo - Jesús, María y José - todas las demás familias del mundo. ¡Celebramos la familia! por ser lo que es, uno de los grandes tesoros de la humanidad. Sólo progresaremos, conservando este gran tesoro y no dejando que se desvirtúe lo que es, por esencia, santuario del amor y la vida. Los padres no sólo traen a la vida a los hijos, sino que les enseñan también a vivir, compartiendo la vida en una natural, y sobrenatural, atmósfera de amor.

Os ofrezco hoy una preciosa carta de una madre a su hija, una reflexión en la que maravillosamente se traslucen unos sentimientos que son, de por sí, inefables. Hoy, día de la Sagrada Familia, las palabras de Rocío hablando del amor y de la vida a su hija, creo que son la mejor explicación del Evangelio, que es Evangelio de la familia y de la vida.

“Mamá… ¿qué es la vida?”
¿Y tú me lo preguntas, mi niña de ojos grandes?
Ahí sentadita en esa silla, casi de muñeca, has estado un buen rato. Pensativa, ajena al barullo de sartenes y ollas, idas y venidas que hay hoy en esta cocina. Los coditos apoyados sobre tus rodillas, y entre tus manos, aún regordetas, los mofletes estrujados -ésos que yo me como a besos-.
¿Me lo preguntas tú, que hace apenas cuatro años gateabas los pasillos, al ritmo del ñic-ñic-ñic de tu chupete favorito?
Te miro y tú me miras. Esperas esa respuesta que mamá siempre tiene. Callo y pienso. Miro cómo me miras, como si fuese un ser divino que todo lo sabe, que todo lo puede, que todo lo arregla… De pronto me trasladas a tu mundo de intriga. Ya no voy de acá para allá con platos, vasos y bandejas. Ya no existen invitados. Ya no importa si hay limones en la nevera. Sólo oigo tus pensamientos, sólo veo tu mirada… y tu alma.
Me has pillado por sorpresa. Rebusco en mi cerebro. Convoco asamblea urgente de neuronas. Por mi mente desfilan los tópicos. Nacer, crecer, madurar, trabajar, ser madre, envejecer… las etapas del ser humano. Pero no, no es ésa la respuesta pues no es ésa la pregunta. No existe respuesta sencilla a esta sencilla pregunta. No quiero decepcionarte. Te miro de nuevo. Tu fe ciega en mí me enternece, me serena. Y ya en calma, pasado mi asombro, sin urgencia ni prisa te hablo y te cuento: la vida, cariño mío, son recuerdos y memorias, son cachitos y momentos…
Ocho años han pasado, mi pequeña y prematura filósofa, y aún me fascino al recordarte. Tan chiquitita, tan vulnerable en tus necesidades básicas, tan recién llegada a la vida… ¡y tan consciente de ella! Te miro ahora a los ojos, igual que lo hacía entonces, y me veo allí dentro, en tu ser, en tu alma… ¡tan llena de vida!
La vida tú a mí me regalas, con cada mirada tuya, cada sonrisa, cada abrazo. Y cuanto más te miro más comprendo, el porqué de mi propia existencia. La vida, tesoro, es regalo del Cielo, que tú debes cuidar y mimar. Amando cada día que vives. Amando la vida de los demás.
No es sencilla la vida, pero tampoco tan complicada… a no ser que tú misma te empeñes torpemente en enredarla. La vida tiene alegría y la vida tiene dolor. ¡Qué bien conoces tú esto, con tu escaso recorrido! Esto me entristece en parte, pero también me llena de orgullo pues te he visto luchar y crecerte, cada vez que has sufrido. Y has aprendido a gozar de los fugaces momentos y has conseguido vibrar con los pequeños detalles… Eso, mi niña, es la vida.
Hay instantes en la vida que detienen el aliento. Cuando admiras hechizada esa explosión de colores que, entre las nubes blancas, proyecta una puesta de sol. Rojos, azules, naranjas, amarillos, grises y malvas… tú lo ves pero otros no. Cuando tiembla el corazón al escuchar, contemplar o leer la obra que otra persona ha creado. Y el libro que te cautiva, aquél que te roba el sueño hasta la madrugada. Y aquella carta entrañable, de disculpa y enmienda, que tus hermanos y tú me escribís tras una de vuestras guerras –aunque breve sea la tregua-. Todo esto, hija mía, son pedacitos de vida.
La vida son las personas que a tu lado caminan. La confidencia a una amiga, el encajar airosa una broma, el hormigueo que sientes ante el chico que te encanta… Es esa tierna sonrisa que tan espontánea asoma, cuando a tus hermanitos pillas en alguna de sus trastadas. Es tu inmensa carcajada ante sus tiernas palabras, ésas sus frases célebres que yo afanosa transcribo y como un tesoro guardo. La vida son las risas que con otros compartes, pero también las lágrimas que en tu hombro se derraman. O cuando sin rencor abrazas a quien un día te hizo daño y hoy de nuevo a tu puerta llama. Esa mano que tiendes, esa mano que te dan. La vida es cuando tú amas, cuando te entregas sin más, sin saber, sin esperar. Y es cada vez que pronuncias esa milagrosa palabra, ese regalo de Dios: perdón.
Es ver a cada persona distinta y con su propia circunstancia. Y adaptarse a su estilo y aprender a hablar su idioma. ¡Aunque mil lenguajes hagan falta! Es regalar tu alegría y contagiar tu optimismo y afrontar con valentía cualquier duro contratiempo. Es la extrañeza que sientes cuando te encuentras a alguien que presume de lo que tiene y de su excelencia habla. Y si contra el necio rumiar de la pérfida palabra, con coraje y desvergüenza todo tu ser se alza, entonces… ¡estarás repleta de vida!
La vida es saber conjugar autoestima y humildad, saberte grande y pequeña. Es callar cuando no sabes… mirar, escuchar, aprender. Y no hay fuerza que supere a la propia voluntad, a ese tu empeño y esfuerzo que pones, hija mía, en uno u otro proyecto, en éste o aquel examen. Quererte y querer hacer y siempre querer crecer. Quien no quiere nada hace, por muchas dotes que tenga.
Te veo ahora, mi niña, saliendo del cascarón. Qué alegría en tu paso, qué templanza en tu porte, qué fuerza en tu mirada. Con qué merecida elegancia tu vida caminas. Me admira tu mirar de la vida y cómo absorbes su esencia. Y según la vas recorriendo, aún me sigues preguntando… Pero es más fácil ahora, porque lo que te intriga son momentos de la vida… ¡que no la vida entera!
Y tus ojos, tan serenos y curiosos, siguen buscando en los míos un montón de respuestas. Me abres tu alma, me cuentas y luego escuchas mis palabras. Te tiendo la mano y la tomas, te indico una senda y caminas. Y a veces el camino es bueno y otras veces no lo es tanto. Y entonces yo te recuerdo que no hay nadie perfecto y menos que nadie tu madre. Esto, mi vida, es la vida.
Y tú me preguntas ¿qué es la vida? ¿Tú, que eres lección de vida? ¿Tú, que tanto a mí me enseñas?
Hija mía… la vida eres tú.

P. Mario Ortega.


Publicado en La Gaceta de la Iglesia.

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