OPINIÓN
P. Roberto Visier. Si celebramos la Navidad es porque Jesús ya ha venido, porque nació hace unos dos mil años en Belén. Realmente celebramos que ha venido, que viene y que vendrá, pero lo que está claro es que el fundamento de esas tres venidas es que Cristo ha realizado ya su obra de salvación, aunque no haya alcanzado todavía su plenitud. Si no tenemos que esperar a otro, si él es el Mesías esperado que tenía que salvar al mundo, entonces ¿por qué el mundo sigue lleno de miserias, guerras, inmoralidades, matanza de niños inocentes en el seno materno...? Ha venido a transformar el mundo pero no parece que haya tenido mucho éxito.Lo primero que hay que decir es que Jesús no nos ha engañado con promesas falsas. De hecho en ningún momento promete que el mundo será después de su resurrección un remanso de paz y alegría. Al contrario habla de persecuciones, guerras, apostasías, catástrofes... Y todo se está cumpliendo. Pero la pregunta inicial permanece irresoluta ¿dónde están los frutos de su venida?
Precisamente tuve la ocasión providencial de escuchar ayer en vivo y en directo la homilía de Benedicto XVI en la misa dominical de la Parroquia S. Maximiliano Kolbe de Roma. El Papa planteaba esta misma pregunta, sin duda interesantísima. En este momento de su discurso ha dejado de leer lo que tenía preparado y ha continuado su discurso espontáneamente. Debo reconocer que ha sido un momento de una gran intensidad, la gente estaba absorta. Ha comenzado recordando que otros en la historia reciente han prometido un cambio radical del mundo, por medio de ideologías totalitarias y revoluciones; y realmente han cambiado el mundo, pero para sembrar la destrucción y la miseria.
Jesús realmente no plantea un cambio radical y repentino de la humanidad, no invita a una revolución social, ni violenta ni ideológica. Lo que Jesús es capaz de cambiar es lo profundo del ser humano: el alma, el corazón. No lo hace simplemente con su doctrina, sino con una acción misteriosa interior, es un milagro de la gracia, una obra maravillosa de santificación que realiza el Espíritu Santo. No mueve las masas sino los individuos, no manipula la gente, ni la instrumentaliza. Llama a cada uno personalmente, pide el consentimiento y luego actúa en la medida en que la persona es fiel a la gracia. Naturalmente si los que responden son muchos y empiezan a trabajar en común (como Iglesia) pueden obrar un cambio social importante.
En este sentido los frutos de la venida del Señor son los santos. Ellos han cambiado la historia, cada uno en su tiempo y circunstancia. La historia sigue su curso con sus luces y sus sombras pero Dios misteriosamente va realizando su obra y preparando el desenlace final, su última venida. Mientras tanto, no bastan los progresos espirituales conseguidos en una época. La humanidad debería aprender de sus propios errores, pero como no los cometió la humanidad sino personas concretas, las nuevas generaciones pueden volver a cometer los mismos errores. Basta simplemente que rompan con las tradiciones anteriores o que crezcan en la completa ignorancia de lo que otros lograron. En gran medida cada generación debe ser educada y conducida por el camino del bien y será responsable de su siglo, de lo que haga con ese fragmento de la historia humana que le toca vivir. Hoy esta educación es casi inexistente por eso las nuevas generaciones pueden conducir la historia hacia un caos sin precedentes.
¿No han dado frutos los dos mil años de cristianismo? Sin duda, muchos y buenos. Muchas luces en medio de las sombras. Tú y yo estamos también llamados a ser una luz. Cada cristiano que no se plantea seriamente su santificación hace más oscuro el mundo y hace ineficaz, al menos en lo que se refiere a su persona, la venida de Cristo entre nosotros.
P. Roberto Visier.
__________
Para cada Santo, el mundo es el medio, no el fin de sus vidas, Dios nos conceda ser diferente siguiendo el ejemplo de la la vida de los Santos. Gracias Padre Roberto y Gracias a Dios por el Papa Benedicto XVI
ResponderEliminar