(...viene de 'Combate y corona I')
P. Jorge Teulón. Segunda parte del último capítulo de la obra “Los hermanos coreanos” del Padre José Spillmann de la Compañía de Jesús.
"El día 7 de septiembre de 1791 fue testigo de la constancia y fidelidad de los dos nobles hermanos. Poco después de amanecer, fueron conducidos desde la cárcel a una sala del edificio del tribunal, adyacente al de la prisión. Por fortuna, cuando salieron, todavía no se había despertado La-men, y pudieron dirigir unas breves palabras de despedida a sus compañeros de cárcel y encomendarse a sus oraciones.".
"El día 7 de septiembre de 1791 fue testigo de la constancia y fidelidad de los dos nobles hermanos. Poco después de amanecer, fueron conducidos desde la cárcel a una sala del edificio del tribunal, adyacente al de la prisión. Por fortuna, cuando salieron, todavía no se había despertado La-men, y pudieron dirigir unas breves palabras de despedida a sus compañeros de cárcel y encomendarse a sus oraciones.".
Les esperaba un enviado del rey. Era aquel personaje un hombre benigno y compasivo. Cuando llegaron los dos hermanos a su presencia, se quedó como aterrado, al verlos tan pálidos y extenuados, siendo así que pocas semanas antes era la viva imagen de la juventud floreciente.
-¡Es posible -dijo, levantando las manos- que os halléis en tal estado, que casi no podéis poneros de pie y que parecéis ancianos, vosotros que apenas tenéis veinte años y que erais los más apuestos y vigorosos entre los jóvenes de la nobleza!
-Noble Pa-tse, el aire que hemos respirado esta semana no era el mejor, ni el sustento que hemos recibido el más abundante -respondió Pablo sonriéndose.
-Con todo, ahora vuestros miembros sanos y bien formados serán dilacerados y atormentados y vuestra cabeza separada del tronco, si el rey no os otorga a última hora el perdón -añadió el cortesano-. Bien habéis de admiraros: el crimen incomprensible que habéis cometido quemando las tablas de vuestros antepasados no os será imputado, si por lo menos ahora renunciáis a vuestra religión.
-Os damos las gracias, noble Pa-tse, y por conducto vuestro a nuestro soberano; pero no podemos aceptar la condición que nos impone –respondió Pablo con firmeza y serenidad.
-Ofreced siquiera una sola vez ante la estatua de Buda algunas hojas de papel de oro aunque luego juzguéis de él y de su doctrina lo que queráis.
-Antes preferimos los tormentos y la muerte -respondió Jacobo.
-¡Desdichados! ¿Es esta vuestra resolución definitiva? ¿De este modo rechazáis la gracia que se os ofrece? ¡Venid, noble Kim, y ayudadme a traer a la razón a estos insensatos!
Y diciendo estas palabras, abrió una puerta lateral, por donde el anciano Kim penetró en la estancia para intentar con súplicas, promesas y amenazas conmover la firmeza de sus sobrinos. Pero todo fue en vano, pues no lograron quebrantar su fidelidad.
-No sabes, tío, la desgracia que viene sobre nosotros si accedemos a tus deseos. ¿Cómo quieres que renunciemos a la corona celestial que vemos brillar en el cielo, y que por no padecer breves tormentos seamos atormentados con penas infinitas en el infierno? No, no es posible acceder a tus instancias -dijeron ambos hermanos.
Todavía insistía Kim una y otra vez, cuando llegaron los ministros del tribunal para conducir a los jóvenes al juicio.
-Vamos, hermano, vamos a obtener el triunfo.
Y ambos hermanos se dirigieron cogidos de la mano y rodeados de soldados a la sala del tribunal. Kim y el cortesano les siguieron, dando muestras de gran aflicción.
Era tanta la multitud ansiosa de presenciar el juicio, que los ministros a duras penas pudieron subir con las dos víctimas al tablado donde había sido interrogado Tomás King hacía seis años. El partido de los bonzos saludó con burlas e injurias a los acusados: pero cuando la multitud vio la tranquila alegría que brillaba en el rostro de los dos nobles jóvenes, impuso silencio a aquellas crueles expansiones y escuchó con grande atención el juicio. Después del interrogatorio acostumbrado mandó el juez a los dos hermanos que renunciaran a la secta extranjera y aceptaran de nuevo la religión de Buda. De este modo, añadió, el rey, teniendo en cuenta la inexperiencia de los jóvenes, acudiría a su misericordia y otorgaría el perdón en vez de cumplir con la justicia; pero en caso contrario morirían ignominiosamente después de padecer crueles tormentos.
Nadie separaba la vista de los dos hermanos.
Entonces Pablo dijo con voz clara:
-Doy gracias al rey por su bondad. Dios se la recompensará. Pero la vida terrena que nos ofrece, no puedo aceptarla a cambio de la vida eterna.
-Y yo pienso lo mismo que mi hermano -añadió Jacobo-. Podrás atormentarnos y quitarnos la vida, pero nuestra alma inmortal no podrás tocarla.
Continuará...
P. Jorge López Teulón.
Publicado en Religión en Libertad.
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