P. Mario Ortega. Cuando uno viaja a la Tierra Santa y visita la ciudad de Jericó, cerca de la cual fue bautizado el Señor en el río Jordán, puede ver muy cerca el desierto montañoso al que Jesús se retiró después de que Juan le bautizara. Tal como relatan los Evangelistas.
Pero más allá de esta localización geográfica, en el breve Evangelio de hoy – sólo cuatro versículos – descubrimos la característica esencial de nuestra vida. Nuestra vida aquí es un tiempo pasado en el desierto.
Pero más allá de esta localización geográfica, en el breve Evangelio de hoy – sólo cuatro versículos – descubrimos la característica esencial de nuestra vida. Nuestra vida aquí es un tiempo pasado en el desierto.
Jesús, permaneciendo cuarenta días en soledad, rodeado de tentaciones, nos está mostrando la realidad de nuestra vida. La vida en este mundo es constante lucha y fatiga. Lucha contra el pecado, contra el mal que nos oprime; y fatiga al comprobar una y otra vez que los que quisiéramos ser todopoderosos y “todofelices” somos, en realidad, muy débiles y limitados.
Jesús, que vino del Padre y al Padre ascenderá resucitado y victorioso, nos muestra, al asumir una vida mortal como la nuestra, que esta vida no es el Paraíso, por mucho que nosotros la adornemos y tratemos de olvidar nuestra frágil condición. El Paraíso terrenal lo poseyó la humanidad salida de las manos del Creador, hasta que el pecado acabó con él. Y el Paraíso definitivo lo podrá poseer la humanidad salida de las manos del Redentor, cuando el hombre venza al pecado. Pero la verdad es que mientras estamos en esta vida, estamos atravesando un desierto, como Jesús; rodeados, también como Jesús, de continuas tentaciones.
La Cuaresma nos ayuda a vivir esta realidad de un modo nuevo; nos invita a pasar por la experiencia del desierto con esperanza. Es desierto, pero está Jesús. Hay tentación, pero la tentación la podemos vencer con Cristo. Se hace larga, pero la travesía por el desierto no es eterna; eterno sólo es Dios; y el Cielo, porque el Cielo es estar definitivamente con Dios.
Se entienden así, tras el silencio de Jesús en el desierto, sus primeras palabras al salir de allí: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Convertirse significa poner nuestra vida cara a Dios y no de espaldas a Dios; significa cambiar completamente los esquemas, porque a través de la experiencia de nuestra desértica vida, descubrimos la única fuente de agua viva que es Dios. Se nos abre una senda de amor, porque en Cristo, compañero de viaje, hermano y Maestro, recibimos el amor de Dios.
El Evangelio es el camino de la esperanza para quienes atravesamos el desierto. El mundo nos ofrece falsas esperanzas, aguas que refrescan momentaneamente para luego tener más sed. La Cuaresma contiene, pues, un mensaje positivo: Nuestro fin es Dios. No el desierto, no el egoísmo, no la esclavitud de lo puramente material y pasajero.
No hay mensaje más positivo y esperanzador que el saber que somos amados por Dios. Y que estamos llamados a compartir ese amor. Este es el camino de la conversión, de la Cuaresma. Por ello, el mensaje del Papa para este tiempo cuaresmal, ha sido dedicado este año a la caridad; “La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.”
Emprendamos el camino de conversión personal, que es la senda del recibir el amor de Dios y de compartirlo con los demás. En medio del desierto, el oásis de la caridad.
Con María.
Jesús, que vino del Padre y al Padre ascenderá resucitado y victorioso, nos muestra, al asumir una vida mortal como la nuestra, que esta vida no es el Paraíso, por mucho que nosotros la adornemos y tratemos de olvidar nuestra frágil condición. El Paraíso terrenal lo poseyó la humanidad salida de las manos del Creador, hasta que el pecado acabó con él. Y el Paraíso definitivo lo podrá poseer la humanidad salida de las manos del Redentor, cuando el hombre venza al pecado. Pero la verdad es que mientras estamos en esta vida, estamos atravesando un desierto, como Jesús; rodeados, también como Jesús, de continuas tentaciones.
La Cuaresma nos ayuda a vivir esta realidad de un modo nuevo; nos invita a pasar por la experiencia del desierto con esperanza. Es desierto, pero está Jesús. Hay tentación, pero la tentación la podemos vencer con Cristo. Se hace larga, pero la travesía por el desierto no es eterna; eterno sólo es Dios; y el Cielo, porque el Cielo es estar definitivamente con Dios.
Se entienden así, tras el silencio de Jesús en el desierto, sus primeras palabras al salir de allí: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Convertirse significa poner nuestra vida cara a Dios y no de espaldas a Dios; significa cambiar completamente los esquemas, porque a través de la experiencia de nuestra desértica vida, descubrimos la única fuente de agua viva que es Dios. Se nos abre una senda de amor, porque en Cristo, compañero de viaje, hermano y Maestro, recibimos el amor de Dios.
El Evangelio es el camino de la esperanza para quienes atravesamos el desierto. El mundo nos ofrece falsas esperanzas, aguas que refrescan momentaneamente para luego tener más sed. La Cuaresma contiene, pues, un mensaje positivo: Nuestro fin es Dios. No el desierto, no el egoísmo, no la esclavitud de lo puramente material y pasajero.
No hay mensaje más positivo y esperanzador que el saber que somos amados por Dios. Y que estamos llamados a compartir ese amor. Este es el camino de la conversión, de la Cuaresma. Por ello, el mensaje del Papa para este tiempo cuaresmal, ha sido dedicado este año a la caridad; “La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.”
Emprendamos el camino de conversión personal, que es la senda del recibir el amor de Dios y de compartirlo con los demás. En medio del desierto, el oásis de la caridad.
Con María.
P. Mario Ortega
Publicado en La Gaceta de la Iglesia
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