20 feb 2012

SEMBLANZAS. Fátima y el comunismo


P. Jorge Teulón. Estos días (17-21 de febrero) tiene lugar la XXI peregrinación nacional al Santuario de Nuestra Señora de Fátima (Portugal) del movimiento de Jóvenes por el Reino de Cristo. A ellos, se suma un buen grupo de familias (parejas de jóvenes matrimonios con sus hijos que fueron de JRC). Más de mil peregrinos venidos de muchos rincones de España y, sobre todo, de la Archidiócesis de Toledo. Todo ello coincidiendo con la fiesta de la Beata Jacinta Marto y de su hermano, el Beato Francisco.


En algún devocionario aprendí una sencilla oración para iniciar el rezo del rosario que siempre he seguido repitiendo:

Oh, María, que pediste en Fátima
el rezo diario del rosario,
para la conversión de Rusia y de los pecadores
y por el triunfo de tu Inmaculado Corazón,
te pedimos rezarlo atentamente y con la debida devoción.

En Fátima, hoy hablamos del Inmaculado Corazón de María y para que siga triunfando en este mundo devastado por el comunismo, regado con la sangre de miles de mártires y en espera de frutos de santidad, que frenen el egoísmo de un mundo materialista y egocéntrico.

Un trozo del muro de Berlín.

El 12 de mayo de 1991, el Beato Juan Pablo II regresaba a Fátima con motivo del décimo aniversario del atentado sufrido en la Plaza de San Pedro de Roma. Aquel día se colocaba en una capillita, relativamente cerca de la Capelhina, un trozo del muro de Berlín.

El Muro de Berlín, denominado “muro de protección antifascista” por la socialista República Democrática Alemana y apodado “muro de la vergüenza” por el mundo occidental, se levantó el 13 de agosto de 1961 para separar la República Federal Alemana de la República Democrática Alemana.

Sabido es que Mijail Gorbachov no tuvo reparo en reconocer públicamente que la intervención de Juan Pablo II fue decisiva en los acontecimientos que culminaron, en noviembre de 1989, con la caída del muro de Berlín y con todo el sistema comunista. Sucedió la noche del jueves, 9 de noviembre de 1989 al viernes, 10 de noviembre, 28 años después de su construcción.

La consagración del mundo -y de la URSS- al Inmaculado Corazón de María, hecha por Juan Pablo II en 1.984, junto con los obispos del mundo, era la condición que puso la Santísima Virgen en Fátima (1.917, año del triunfo de la revolución comunista en Rusia) para la caída del comunismo, promesa que cumplió cuando se secundaron sus peticiones.

No podemos olvidar que después de recibir y saber el contenido del tercer secreto de Fátima, el Beato Juan Pablo II pensó inmediatamente en la consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María y compuso él mismo una oración para lo que definió “Acto de consagración”, que se celebraría en la Basílica de Santa María la Mayor el 7 de junio de 1981, solemnidad de Pentecostés, día elegido para recordar el 1600° aniversario del primer Concilio Constantinopolitano y el 1550° aniversario del Concilio de Éfeso.

El Santo Padre, para responder más plenamente a las peticiones de “Nuestra Señora”, quiso explicitar durante el Año Santo de la Redención el acto de consagración del 7 de junio de 1981, repetido en Fátima el 13 de mayo de 1982. Al recordar el fiat pronunciado por María en el momento de la Anunciación, en la plaza de San Pedro el 25 de marzo de 1984, en unión espiritual con todos los Obispos del mundo, precedentemente «convocados», el Papa consagra a todos los hombres y pueblos al Corazón Inmaculado de María, en un tono que evoca las angustiadas palabras pronunciadas en 1981.

1. "Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios".

Pronunciando las palabras de esta antífona, con la que la Iglesia de Cristo ora desde hace siglos, nos encontramos hoy ante Ti, Madre en el año jubilar de la nuestra Redención.

Nos encontramos unidos con todos los Pastores de la Iglesia, con un particular vínculo, constituyendo un cuerpo y un colegio, así como por voluntad de Cristo los Apóstoles constituían un cuerpo y un colegio con Pedro.

En el vínculo de tal unidad pronunciamos las palabras del presente Acto, en el que deseamos incluir, una vez más, las esperanzas y las angustias de la Iglesia por el mundo contemporáneo.

Hace cuarenta años, y luego diez años después, Tu siervo, el Papa Pio XII, teniendo ante tus ojos las dolorosas experiencias de la familia humana, ha confiado y consagrado a Tu Corazón Inmaculado todo el mundo y especialmente los pueblos que, por su situación, son objeto particular de Tu amor y de Tu solicitud.

Este mundo de los hombres y de las naciones lo tenemos ante los ojos también hoy; ¡el mundo del segundo milenio que está por terminar, el mundo contemporáneo, nuestro mundo!

La Iglesia, recordando aquellas palabras del Señor: "Id... y enseñad a todas las naciones... He aquí que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo"(Mt 28,19-20), ha reavivado, en el Concilio Vaticano II, la conciencia de su misión en este mundo.

Y por eso, oh Madre de los hombres y de los pueblos, Tú que conoces todos sus sufrimientos y sus esperanzas, Tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, que sacuden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, movidos por el Espíritu Santo, dirigimos directamente a Tu Corazón : abraza, con amor de Madre y de Sierva del Señor, este nuestro mundo humano, que te confiamos y consagramos, llenos de inquietudes por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos. De un modo especial te confiamos y consagramos aquellos hombres y aquellas naciones, que de esta entrega y de esta consagración tienen particular necesidad.

"Bajo Tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios! ¡No desprecies nuestras súplicas, que estamos en la prueba!".

2. He aquí, encontrándonos ante Ti, Madre de Cristo, ante tu Corazón Inmaculado, deseamos, junto con toda la Iglesia, unirnos a la consagración que por amor nuestro, tu Hijo ha hecho de sí mismo al Padre: “Por ellos -ha dicho Él- me consagro a Mí mismo, para que también ellos sean consagrados en la Verdad” (Jn, 17,19). Queremos unirnos a Nuestro Redentor en esta consagración por el mundo y por los hombres, la cual en su Divino Corazón, tiene la fuerza de obtener el perdón y de procurar la reparación.

La fuerza de esta consagración dura para todos los tiempos y abraza a todos los hombres, los pueblos y las naciones, y supera todo mal que el espíritu de las tinieblas es capaz de provocar en el corazón del hombre y en su historia y que, de hecho, ha provocado en nuestros tiempos.

Oh ¡Cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración para la humanidad y para el mundo: para nuestro mundo contemporáneo, en unión con Cristo mismo! La obra redentora de Cristo, en efecto, debe ser participada por el mundo por medio de la Iglesia.

Esto manifiesta el presente año de la Redención: el Jubileo extraordinario de toda la Iglesia.
¡Seas bendita (en este Año Santo), sobre toda criatura Tú, sierva del Señor, que del modo más pleno obedeciste a la divina llamada!

¡Seas saludada Tú que estás enteramente unida a la consagración redentora de tu Hijo!

¡Madre de la Iglesia! ¡Ilumina al Pueblo de Dios por el camino de la fe, de la esperanza y de la caridad! Ilumina especialmente aquellos pueblos de los que Tú misma, espera nuestra consagración y nuestra entrega. Ayúdanos a vivir en la verdad de la consagración de Cristo toda la familia humana del mundo contemporáneo.

3. Confiando a Ti, oh Madre, el mundo, todos los hombres y todos los pueblos, Te confiamos, también la misma consagración del mundo, poniéndola en Tu Corazón Materno.

¡Oh Corazón Inmaculado! ¡Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en el corazón de los hombres de hoy y que en sus efectos inconmensurables ya grava sobre la vida presente y parece cerrar los caminos hacia el futuro!

Del hambre y de la guerra ¡líbranos!

De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable, de toda guerra, ¡líbranos!

De los pecados contra la vida del hombre desde sus albores, ¡líbranos!

Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios ¡líbranos!

De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional ¡líbranos!

De la facilidad de despreciar a los mandamientos de Dios, ¡líbranos!

De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios, ¡líbranos!

De la pérdida de la conciencia del bien y del mal, ¡líbranos!

De los pecados contra el Espíritu Santo, ¡líbranos!, ¡líbranos!

¡Acoge, oh Madre de Cristo, este grito cargado con los sufrimientos de todos los hombres! ¡Cargado con el grito de enteras sociedades!

Ayúdanos con el poder del Espíritu Santo a vencer todo pecado: el pecado del hombre y el pecado del mundo, el pecado en todas sus manifestaciones.

¡Que se revele, aún por esta vez, en la historia del mundo el infinito poder salvífico de la Redención: poder del Amor Misericordioso! ¡Que él detenga el mal! ¡Transforme las conciencias! ¡Que en Tu Corazón Inmaculado se manifieste a todos la luz de la Esperanza! Amén.

P. Jorge López Teulón.





          __________

No hay comentarios:

Publicar un comentario