14 oct 2012

OPINIÓN. El deseo de Dios late en el corazón del hombre


P. Mario Ortega. Recién comenzado el Año de la fe, podemos preguntarnos por qué es siempre Dios un tema de actualidad en la historia del hombre y en la historia de cada hombre.

El Compendio del Catecismo, en su número 2, nos responde de una manera precisa y preciosa a esta cuestión fundamenta.

¿Por qué late en el hombre el deseo de Dios?

Dios mismo, al crear al hombre a su propia imagen, inscribió en el corazón de éste el deseo de verlo. Aunque el hombre a menudo ignore tal deseo, Dios no cesa de atraerlo hacia sí, para que viva y encuentre en Él aquella plenitud de verdad y felicidad a la que aspira sin descanso. En consecuencia, el hombre, por naturaleza y vocación, es un ser esencialmente religioso, capaz de entrar en comunión con Dios. Esta íntima y vital relación con Dios otorga al hombre su dignidad fundamental.

El deseo de Dios late en el corazón del hombre, es decir, es un deseo continuo (como el latido del corazón), del que no nos podemos librar. Llevamos grabado en el corazón el deseo de Dios. Aunque somos finitos, limitados, deseamos lo infinito. Hay algo dentro de nosotros que nos impulsa a salir de nosotros y encontrar una felicidad sin límites, una paz suprema, una vida sólo con bienes y vacía absolutamente de males, de injusticias, de sufrimientos… Alguno dirá: “bueno, yo sí deseo esa felicidad sin límites, pero eso no quiere decir que desee a Dios”. Pues no lleva razón, pues aunque uno no personifique ese deseo en un Dios personal, siempre le llevará ese deseo de felicidad a un Ser por encima de él, porque sabe por experiencia que su vida aquí abajo tiene un fin y que las cosas terrenas no le llenan plenamente. El hombre tiende a abrirse de una manera natural a Dios como fuente de felicidad plena.

Esto quiere decir que el hombre es esencialmente religioso, es decir, que la religión le sale de dentro, no nos la inculcan desde fuera, sino que forma parte esencial de nuestro ser, y por tanto es algo bueno. Todas las culturas de todos los tiempos tienen una religión. Serán religiones muy distintas, pero ahora a lo que vamos es que esto demuestra que todos los hombres llevamos inscrito en el corazón el deseo de Dios. Por ejemplo, los conocimientos que tenemos de la prehistoria y de la arqueología nos muestran que al hombre le sale de dentro este deseo de Dios; los monumentos funerarios o aquellos dedicados a sus dioses particulares, que muchas veces eran el sol o la luna, nos demuestran que el hombre primitivo era creyente, en Dios y en la vida después de esta vida.

Muchos han dicho que la religión es una salida al temor del hombre ante lo desconocido, sobre todo ante la muerte. Esto no es así, porque la religión se expresa también en los momentos de gozo y alegría (fiestas de los pueblos). En lo bueno y en lo malo, el hombre siempre tiene necesidad de Dios. Y si le falta Dios, le falta lo más importante, lo único importante. Si el hombre es grande es porque aspira a Dios, a lo infinito; por tanto, si rechaza a Dios, se está haciendo daño a sí mismo. El ateísmo, dice el Concilio Vaticano II, es “uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo, que debe ser examinado con atención” (Gaudium et Spes, 19 – 21).

Si en el hombre late naturalmente el deseo de Dios, entonces ¿por qué surge el ateísmo? El mismo Concilio nos indica las principales raíces y dice que es un fenómeno complejo, porque por “ateísmo” podemos entender cosas muy diversas:

1. Hay quienes niegan expresamente a Dios. Dios no existe, dicen, y punto.

2. Otros dicen que nada puede decirse de Dios. “Algo habrá, pero quién sabe…” (escepticismo).

3. Otros consideran que sólo es real lo que la ciencia puede medir y ahí no cabe Dios (crisis de la metafísica).

4. Muchos dicen que no puede existir Dios, porque existe el mal y no puede haber un Dios que permita el mal.

5. Está muy extendido hoy el Panteísmo: todo es dios, la naturaleza, el universo y nosotros somos partículas de ese Dios.

Ha habido personajes, como Marx, Nietzsche y Freud que han alimentado, desde diversos frentes, la idea de que no hay Dios ni Cielo. Estos personajes han calado muchísimo en la época histórica actual, en la que sin embargo, la cuestión de Dios no se plantea tanto a un nivel teórico cuanto en el llamado agnosticismo o ateísmo práctico: no quiero plantearme la cuestión de Dios, pues no la considero necesaria. Recordamos las campañas promovidas en los conocidos autobuses ateos, cuyo mensaje era: “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida.” Paradójica despreocupación. Imaginemos a un guía de senderismo decirnos: “Probablemente este sendero de montaña no acabe en un barranco, así que deja de preocuparte y disfruta del paisaje”. Perplejos le diríamos que necesitamos una certeza – o sí o no – para precisamente dejar de preocuparnos.

La tentación del mundo moderno es la de hacernos creer que el ateísmo es lo normal y que la religión es un añadido. Sin embargo, lo normal es que el ser humano se abra a Dios. Y si no se abre a Dios, a un Dios personal, terminará dando el rango de “dioses” a otras cosas: dinero, fama, placer… El hecho de que el deseo de Dios late siempre en el corazón del hombre lo demuestran tantos ateos que al final de su vida pidieron la ayuda de un sacerdote.

El problema del ateísmo está ahí, pero no podemos juzgar igual a todas las personas. No podemos juzgar en absoluto. Quizás hay en el interior de la persona una dramática lucha entre la felicidad infinita que le prometen muchos “dioses” de este mundo y su deseo íntimo de un Dios eterno y personal. Quizás haya habido alguna experiencia negativa en la vida, algún mal ejemplo de los creyentes. Quizás el no poder superar el sufrimiento ante alguna desgracia, propia o ajena, le ha encerrado en sí mismo…

No debemos olvidar los creyentes que la mejor prueba de que Dios existe y nos ama, más que las argumentaciones teóricas, es el testimonio de vida que nosotros, viviendo nuestra fe con coherencia y alegría, les podamos dar. Al salir de hablar con la Madre Teresa de Calcuta, un hombre confesaba a sus amigos, ateos como él: “he visto a Dios en una monja”.

P. Mario Ortega

1 comentario:

  1. quien a Dios tiene nada le falta... palabras de Santa Teresa que nos viene bien para complementar lo escrito por el padre Mario...gracias!!! Mercedes de Argentina.

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